Muchas veces en mi diario caminar, me siento y me pongo a reposar, y a pensar y así tratar de entender un poco más al mundo.
Día a día, después de estudiar, me preparo un té de menta, y me siento al frente de mi humilde ordenador, y empiezo a escribir con gran pasión. Puesto si los que somos artistas no apreciamos hacer nuestro arte ¿quién lo apreciará?
A lo siguiente que voy a escribir le he puesto por nombre: “crónica”, pues “crónica” es el nombre más correcto para este mensaje; puesto que todo lo que sale de la punta de mis dedos, en su defecto es verídico, y pasa.
Y no, no piensen que este humilde servidor se ha vuelto loco, o ha perdido la cabeza, pero aún así todas mis ideas son tan retorcidas que parecen las calles de Guápiles, y también están igual de agujereadas.
Vivimos en una sociedad democrática, pero, aún así la gente tiene miedo de expresarse propiamente. Cada vez son más personas las cuales se dejan llevar por los prejuicios, y Costa Rica ha decaído en un completo estereotipo el cual es nuevo, pero se ha llegado a convertir en nuestra aburrida vida diaria.
¿Cuántas veces no me he levantado de la cama, he prendido el televisor, he visto las noticias, y he aquí, cual acontecimiento aterrador, llega a convertirse en una pesadilla viviente para muchas personas? Y yo en mi gran y completa inutilidad, no me queda más que decir la enorme incógnita social costarricense: ¿hasta donde hemos llegado?
Pero aún así, aparentemente parece que los ticos, los de la misma bajura, no queremos cambiar, y más bien parece que en la ingenua idiosincrasia social costarricense, prevalece el orgullo, el odio, el zafarrancho, el licor, la liga y las drogas.
A pesar de tener un pensamiento erróneo, los social y auto-denominados homosexuales cada vez pelean más por tener sus derechos propios; pero aún así, en Pococí, la zona más violenta del País, nos gana la desesperación, nos colocamos camisetas blancas, y por un acto, más de fe, que de capacidad, empezamos a pelear por lo único lo cual nos queda: la paz. Porque no hay nadie quien nos proteja.
Somos más frágiles que litocálamo, el cual ya tampoco sirve para hacer azúcar, pero aún así nos fermentamos, y nos emborrachamos con nosotros mismos, y nos lleva el livor propio a entrar en contienda; pareciera que somos bestias salvajes, siendo un país de paz.
Nos dicen: ¡Los pura vida! Pero cada vez que oigo esas dos palabras, me entra un enojo por la hipocresía que se esconde detrás de esa frase.
(La hipocresía es el fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los cuales verdaderamente se tienen o experimentan.)
Entonces somos generación hipócrita, porque estamos tan podridos por dentro, que tenemos de sonreír con la boca cerrada.
¿Dónde están verdaderamente “los pura vida” de Costa Rica? ¿Será que ya no hay?
¿Cuántas veces acabas de tener una contienda en tu hogar, llega alguien y toca a la puerta, la abres, y son esas las primeras dos palabras que usas?
Un tico dice el mismo número veces la frase “pura vida”, que las veces que menta a la madre.
¡Pero los ticos seguimos siendo “los pura vida”, sin importar lo que pase!
¿Por qué no podemos ser pura vida en todo momento, en todo lugar y con todas las personas?
Pero con quienes somos los más desconsiderados, es con nuestras propias familias.
¡No es hombre, el que no puede estar con solo una mujer! Y menos aún si aunque pudiera, no la respetara como es debido.
¡No es mujer, la que no puede estar con solo un hombre! Y menos aún si aunque pudiera, no lo respetara como es debido.
No sabe tomar, el que maneja después de tomar.
No sabe fumar, el que fuma a la par que alguien que no.
No sabe drogarse, el que incita a otros a hacerlo.
No sabe hablar el que utiliza solo lenguaje hiriente, soez o discriminatorio.
Ni tampoco es humano, el que aprovecha las posiciones políticas o sociales, para ganar dinero  a expensas del país, y aún menos es costarricense.
No sabe reír, el que se anda burlando de los demás.
No sabe cantar, el que solo canta de droga, de prostitución, de sexo, de alcohol y de contienda. Y no se respetan a sí mismas las mujeres que participan con ellos.
No es tico el que no conoce la identidad costarricense, ni el que no va a votar, ni el que deja el voto en blanco, ni tampoco el que deja un voto en nulo.
Y cada vez somos menos los que cantamos el himno con verdadero fervor. Pero hay más gente que se queja cada vez que tiene que ir a trabajar.
No me considero un buen escritor, puesto que yo se que todavía hay mucho que me falta saber, pero en todo el entendimiento que poseo, he decidido expresar mis verdaderos sentimientos con respecto a mi patria, y siento más un vacío impuesto en los corazones ticos fiesteros, los cuales buscan saciarse con lo único que solo Dios puede saciar.
Algunos se hacen llamar cristianos, pero creen en más que solo Cristo. Algunos se hacen pasar por sacerdotes, cuando en realidad no conocen, o han adulterado la palabra. Pero yo creo que los peores son los que se van más allá de ella, y han creado e impuesto religiones  y costumbres humanas, antes de las creencias que son verdaderamente sagradas.
Yo soy verdaderamente cristiano, pero este mundo ciego me llama protestante. Pero en lugar de enojo, me da alegría de que me llamen así, puesto que yo protesto por aquellos que han cerrado sus ojos a la verdad de Dios, y los han abierto a las mentiras de los hombres.
Yo no creo en otro humano, vivo o muerto, aunque confío en muchos. Mi fe es solo por Cristo, y el que tiene al hijo, tiene al padre, y al que tiene al padre, obedece siempre su palabra.
¿Obedeces siempre su palabra? ¿O es que ni si quiera la conoces?
Aunque es mi primordial trabajo, no he escrito esto con fines de evangelizar, pero, si iba a escribir verdad, debía también escribir sobre esta verdad, porque está es más antigua aún, pero aún así, no todos la conocen, y no todos los que la conocen, la aceptan.
Verdaderamente no respetamos nuestros patrimonios, no respetamos nuestras creencias, no respetamos nuestras aficiones, no respetamos a nuestros jóvenes, no respetamos a nuestros padres, no respetamos a nuestros presidentes, no respetamos a nuestros maestros, y ciertamente no nos respetamos a nosotros mismos.
Espero que cuando hayan leído esta pequeña crónica, hayan sentido algo de enojo, puesto que si se enojan, no tienen más culpables que vosotros mismos. Y recuerden, que si ustedes señalan con un dedo, con otros tres, se estarán señalando.

Yoshua Alexánder Álvarez Quesada
a.k.a. Jack Max Sprague
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